8 de junio de 2008

Modelo de respuesta 10: La Generación del 27

LA GENERACIÓN DEL 27

Con esta o parecida denominación se hace referencia a un grupo de autores que desarrollan su labor en la cultura española a lo largo de la década del 20 y del 30, y que se han alzado como los de más influencia en la literatura hispánica de las décadas posteriores hasta los actuales momentos.

Aunque cada día más se señala como un tema secundario el de la denominación de este grupo, en el fondo no lo es tanto ya que de él depende no solo la nómina de autores pertenecientes, sino así mismo la visión que de ellos poseamos.

La denominación de GENERACIÓN DEL 27 nos remite esencialmente al grupo de poetas, que podemos considerarlos como grupo compacto, si bien con variedades muy notorias dentro de ellos (lo cual es lógico). El grupo lo forman Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Luis Cernuda y Rafael Alberti. Algunos críticos incluyen también a los malagueños Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. Estos diez son los que se citan con mayor frecuencia. Y es en ellos donde se “buscan” las características de la teoría de Petersen:

1. Todos nacen en un período menor a 15 años: desde 1891 (Salinas) a 1905 (Altolaguirre).

2. Formación intelectual semejante: la mayoría son universitarios, algunos llegan a ser profesores (Salinas, Guillén, Alonso...). *Casi todos pasaron por la Residencia de Estudiantes.

3. El acontecimiento generacional que les une (aunque muchos ya estaban unidos) fue la celebración del tricentenario de la muerte de Góngora, con unos actos de reivindicación del poeta cordobés (cuya obra "difícil" aún no había sido redescubierta). Se oponen a los que no reconocían el talento de Góngora (RAE). Colaboran en las mismas revistas (Revista de Occidente, Litoral). De 1920 a 1936 sus vidas están muy unidas.

4. *No hubo caudillo (algunos hablan de Juan Ramón, pero no parece claro, pese a su gran influencia).

5. *No se alzan contra nada (son muy respetuosos con la tradición literaria española).

6. *No existe un único estilo, aunque en todos se ve el deseo de renovar el lenguaje poético y a veces coinciden en su trayectoria, aunque cada uno mantiene un estilo muy personal (afortunadamente). Para todos la poesía es algo muy serio, que hay que trabajar bien, buscando siempre la perfección formal y conceptual. Por eso Góngora es el modelo común.

Los rasgos marcados con * precisan aquellos conceptos en los que este grupo de autores no “cumplen” lo marcado por el sociólogo o se hace necesario unos verdaderos juegos verbales (como por ejemplo en la formación es difícil incluir a Rafael Alberti, autodidacta y con ninguna formación académica, pero eso si vivió en la Residencia de Estudiantes, lugar intelectual del momento). El no cumplimiento de estos preceptos no nos debe llevar a buscar “sucedáneos” que eliminando el concepto de generación lo presuponga, sino que debe hacernos ver que el denominado grupo del 27 o Generación del 27 referido al movimiento poético, solo es el aspecto más llamativo de algo que fue algo mucho más profundo y transformador en la cultura española, algo que empieza a denominarse como La Edad de Plata y que junto a los grande poetas mencionados debe de dar cabida a otros autores y otras manifestaciones artísticas y así se pueden tener en cuenta a autores más viejos, como Fernando Villalón, José Moreno Villa o León Felipe, y otros más jóvenes, como Miguel Hernández. Por otra parte algunos otros han sido olvidados por la crítica, como Juan Larrea, Pepe Alameda, Mauricio Bacarisse, Juan José Domenchina, José María Hinojosa, José Bergamín o Juan Gil-Albert. También como prosistas podrían sumarse al grupo, por razones de edad, Rosa Chacel, Francisco Ayala, Max Aub O la conocida como Otra generación del 27, según la denominación que le dio uno de sus integrantes, José López Rubio, la formada por los humoristas discípulos de Ramón Gómez de la Serna, es decir, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville, Miguel Mihura y Antonio de Lara, "Tono", los escritores que en la posguerra integraron la redacción de La Codorniz... Del mismo modo, no se puede olvidar que algunos miembros del grupo cultivaron otras ramas del arte, como Luis Buñuel, cineasta, K-Hito, caricaturista y animador, Salvador Dalí y los pintores surrealistas, Maruja Mallo, pintora y escultora, Benjamín Palencia, Gregorio Prieto, Manuel Ángeles Ortiz y Gabriel García Maroto, pintores, Ignacio Sánchez Mejías, torero, o Rodolfo Halffter y Jesús Bal y Gay.

Así visto este movimiento se conectaría por un lado con las especiales circunstancias socio-históricas que se vive en los años 20 en Europa y por otro con el espíritu transformador al que Las Vanguardias había llevado a la cultura desde la década del 10.

La Prosa en el 27:

En esta época, la evolución de la prosa sigue un rumbo paralelo al de la poesía. Frente a la influencia del arte puro inicial y del magisterio de Ortega, la prosa se abre hacia la rehumanización y el compromiso.

La novela inicialmente sigue la estela del arte deshumanizado propuesto por el Novecentismo y las primeras vanguardias. En estas obras es frecuente la concepción de la literatura como un juego, la innovación estructural y estilística, así como la presencia del humor y la metáfora. En este tipo de obras se incluyen novelas de autores como Benjamín Jarnés, Francisco Ayala, Max Aub o Rosa Chacel. Por su parte, en el ensayo destacan figuras influenciadas por las ideas de Ortega tales como José Bergamín y Ernesto Giménez Caballero, fundador de la Gaceta Literaria.

La realidad política y social de España desencadenó un proceso de rehumanización que afectó también a la prosa. Este tiene su reflejo en la obra de José Díaz Fernández, cuyo ensayo El nuevo romanticismo (1930) supone la reivindicación en la literatura de temas más cercanos a la experiencia humana. Esta nueva percepción de la literatura abrirá las puertas al realismo social de preguerra. En la novela destaca especialmente Ramón José Sender. Su novela Imán (1930) es quizá la obra más importante de su primera etapa de escritor. Otras obras significativas de este autor que denuncian los problemas sociales son Siete domingos rojos (1932) y Réquiem por un campesino español (1960).

La prosa de los años veinte —salvo contadas excepciones— está por estudiar. La definición de la «generación del 27», como etiqueta que da nombre a un grupo de «poetas amigos», ha dejado en penumbra a un nutrido grupo de escritores en prosa, que surgieron del mismo fondo que los poetas del 27; publicaron en las mismas revistas; reaccionaron de manera similar ante los mismos estímulos estéticos —basta citar su actitud ante la vanguardia o ante el homenaje a Góngora; disfrutaron de idéntico magisterio: Ortega, Juan Ramón, Gómez de la Serna, la vanguardia; y, en fin, formaron parte, con los poetas, de un mismo empeño renovador.

El desenfoque padecido por la crítica al estudiar estos años ha hecho olvidar, incluso, que muchos de los poetas del grupo se iniciaron a la par en prosa y en verso. Poemas en prosa de Guillen; de Cernuda,; de Gerardo Diego; y de Dámaso Alonso,

La prosa de estos años se nos ofrece como un rico y diversificado conjunto que va de la novela al poema en prosa; del aforismo al ensayo; del rigor crítico al experimentalismo vanguardista.

1) La Novela

El clima cultural en el que surge la novela de los años veinte se define, ideológicamente, en las coordenadas que marcan la «restauración de la razón» y el vitalismo orteguiano; formalmente, por una actitud antirrealista y por un decidido afán experimental, lo que se plasma en una serie de rasgos temáticos y de estilo fáciles de locali­zar en contexto europeo.

La renovación surge del grupo que congregó la Revista de Occidente en la serie «Nova Novorum». Allí se fraguó un tipo de novela alegórica o simbólica, que ensaya la incorporación a la narración del estilo metafórico —suma de imagen futurista y gongorina— propio de la poesía, del fragmentarismo en boga en las artes plásticas y de la dinámica visión aprendida en el cine; una novela que rompe con la disposición lineal del tiempo, encaminando el relato hacia la ucronía o la retrospección. Entre los impul­sos que recibe la nueva fórmula, hay que destacar los ejemplos de Gómez de la Serna, Miró y Pérez de Ayala, y las Ideas de Ortega.

Toda la narrativa de la época se ordena en dos vertientes: la novela lírico-intelectual y la humorística. En ambas direcciones, preside una actitud ambivalente, que acepta esperanzada todo lo que de novedad técnica, cosmopolitismo y deportismo, traen consigo los tiempos moder­nos; y, a la vez, ironiza desconfiada sobre los peligros de deshumanización y frivolidad que acompañan a las novedades incorporadas.

Benjamín Jarnés, da un buen ejemplo de lo que es la novela lírico-intelectual, de enorme actualidad en la Europa de entreguerras. Lo esencial en esta novela —el calificativo de lírica no nos remite al estilo sólo— radica en que la narración entera se estruc­tura líricamente; más que una cadena de hechos novelados, es una «or­questación de sensaciones y motivos», necesariamente fragmentaria, pero apoyada en elementos integradores como son el mito, el episodio bíblico o el arquetipo literario. Formalismo, sí; pero no juego intrascendente, ni vacío temático. Más acer­tado es hablar de composición que evita las asociaciones de la lógica superficial, colocando al yo narrativo —que pasa a des­empeñar la misma función que el yo lírico en la poesía— como eje aglu­tinador de las secuencias novelísticas. Lo que se pretende trazar es un proceso intelectual. Esteticismo y sensualismo, son expresión de un rechazo del carácter represivo de la civilización occidental y, a la vez, aspiración a una vida más libre y humanizada.

Antonio Espina, biógrafo, poeta y ensayista, además de novelista, adopto en la novela ciertas técnicas cinematográficas, se sitúa en la línea que une a Quevedo, Larra y Unamuno. Como ellos, Espina reacciona con indigna­ción ante el medio que le rodea; pero cada uno viste su exasperación con el traje de su tiempo, y a Espina le correspondió una indumentaria cos­mopolita y grotesca. La obra de Espina es una amarga crítica, desde un «deportismo doloroso», del mundo absurdo, frivolo y sin valores, de la sociedad europea tras la primera gran guerra. El estilo, de fuerte raigambre conceptista, revela claramente, en su tendencia a lo grotesco y satírico, la carga crítica que subyace a unos argumentos banales en superficie, y a unas divagaciones hechas al hilo del ramoniano

La obra novelística' de éstos, sin embargo, no ha recibido aún la atención crítica que sin duda merece. En esta misma línea asienta también sus orígenes la primera producción de Rosa Chacel y Francisco Ayala, aunque ambos escritores dan más cumplidos frutos fuera del tiempo que nos ocupa.

Al mismo contexto que los anteriormente citados pertenece el primer libro de Pedro Salinas, su Víspera del gozo (1926), serie de narraciones breves aparecida también en la colección «Nova Novorum». Desde otro ángulo se escribe, sin embargo, La bomba increíble (1950) y El desnudo impecable (1951).

La novela de humor el segundo eje vertebrador de la narrativa de los años veinte. Es indudable, sin em­bargo, que una y otra corriente nacen del mismo contexto y responden a la misma problemática. Como la novela lírica, la de humor revela una actitud ambivalente —a la vez ligera y escéptica— ante los «tiempos modernos». El hu­mor es —como la ironía o la metáfora en la novela lírico-intelectual— una forma de distanciamiento satírico, respecto a la realidad del momento. Por los caminos abiertos por Gómez de la Serna y Fernández-Flórez, la figura más destacada en los años veinte es Jardiel Pon­cela. De sus cinco novelas, El plano astral (1922) revela la atracción de la época por lo esotérico. Muy diferentes son Amor se escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida mía! y Pero..., ¿hubo al­guna vez once mil vírgenes?, escritas entre 1928 y 1931. Temáticamente, las tres satirizan el erotismo de cierto tipo de relatos bastante difundidos en su tiempo. Formalmente, realizan una fina parodia de algunos esquemas narrativos, tales como el de la novela rosa o el de la novela de aventuras. Lo mismo puede decirse de los tipos que recorren estas novelas. Los personajes femeninos son claras parodias de la «mujer frágil» o de la «mujer fatal» modernistas; mientras que algunos masculinos, son versiones humorísticas del «hombre interesante» orteguiano.

Junto a Jardiel hay que situar a Neville, cuyo humor apunta a la desmitificación de ciertos prejuicios y de ciertas formas tradicionales afectadas; a Samuel Ros y Antonio Robles.

2) Los Aforismos y el Ensayo:

Completan el variado abanico de posibilidades que ofrece la prosa de los años veinte. A gran altura, en ambas direcciones, se sitúa la obra en prosa de José Bergamín con dos libros de aforismos —El cohete y la estrella (1923) y La cabeza a pájaros (1933), y varias coleccio­nes de ensayos, de las que cabe entresacar títulos como El arte de birli­birloque (1930), Mangas y capirotes (1933), Disparadero español (1936-1940),. Sus aforismos (declaración o sentencia concisa que pretende expresar un principio o la verdad en una manera breve, pensativa y aparentemente cerrada), en lo que a la forma se refiere, ponen en pie una fórmula en que se conjuga el aforismo juanramoniano con la paradoja unamuniana y con la greguería, y desde la que se revitaliza una noble tradición: el gusto conceptista por la agudeza verbal y el gusto moderno por la expresión fragmentaria- En lo que hace al contenido, el aforismo de Bergamín se mueve entre el terreno de la ética y el de la estética .

El ensayo se convierte en una meditación barroca al hilo de citas literarias que actúan como motor de su propia imaginación crítica.

El ensayo propiamente dicho —especialmente de crítica y teoría lite­rarias y la biografía son, junto a la novela, las otras direcciones en que se desgrana la prosa de Jarnés. Las biografías se construyen sobre tres constantes: el retrato del personaje a través de un rasgo central que define toda su trayectoria vital; la integración de lo biográfico en un fondo documental de época; y la incorporación, sobre dicho fondo, de la perspectiva del biógrafo y de su mundo, a través de ella, se hace posible entender, a la luz de la citada tendencia lírica y del vitalismo orteguiano. A tal auge responden obras como Españoles de tres mundos, de Juan Ramón Jimé­nez; Vida en claro y Leyendo a de Moreno Villa; La arboleda perdida e Imagen primera de de Alberti; Los encuentros, de Aleixandre; His­torial de un libro, de Cernuda; Teresa, de Rosa Chacel, etcétera.

­2. El Teatro del 27

Si las obras en prosa se han visto ocultadas por el valor incuestionable de la poesía en el caso del teatro se ha producido un verdadero desenfoque por la valía de alguno de los autores, y esencialmente por las composiciones de Federico García Lorca y Rafael Albertí; a quienes hay que unir la pervivencia de autores como Unamuno o Valle-Inclán y los dramaturgos de teatro de humor como Jardiel Poncela.

Pero esta explosión de grandes autores de teatro no puede ocultar que la escena de los años 20 vivio lejana de los experimentos vanguardistas (que si triunfaban en novela, poesía, pintura etc.). El teatro se veía como el gran negocio de las comedias burguesas, la alta comedia de, y al estilo de, Benavente así como por el drama modernista y el astracán: es un subgénero teatral cómico que supuso una salida a la crisis de los sainetes. Basado en una teatralización de la realidad, explota el uso del retruécano, de falsillas sentimentales y de situaciones disparatadas, a las que se supeditan los personajes y la acción, haciendo uso de juegos toscos de palabras, tipificación regional del habla, nombres propios que dan lugar al equívoco y al chiste, etc. En las astracanadas lo que importa únicamente es reír incluso a costa de la verosimilitud argumental, y a esa función se dirigen todos los demás recursos del drama. En sus manifestaciones más extremas se llega incluso a subvertir el lenguaje por medio de una parodia continua. Cultivado por Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández

Para las características del teatro Renovador de este periodo véase las notas entregadas sobre el teatro de postguerra.

3.- La poesía del 27.

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